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Los yuquis olvidan sus costumbres y adquieren otras para sobrevivir

hace 5 año(s)

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Descalza, de piel morena, de ojos rasgados, con canas y arrugas en el rostro, Elsa Guaguasu Isategua, de 67 años, es una de las pocas mujeres yuquis que alcanzó esa edad a pesar de la baja expectativa de vida de esta comunidad indígena.

Al margen de la tuberculosis, una enfermedad que no superaron en los últimos años, los indígenas abandonan poco a poco la caza y se dedican al cultivo de productos para subsistir. Las condiciones del territorio donde habitan cambiaron debido a las crecientes invasiones de colonos.

Según la Confederación de Pueblos Indígenas de Bolivia (Cidob), esta población originaria es la más vulnerable y corre el riesgo de desaparecer. Algunos investigadores indican que en la década de los 60 existían unos 2.000 yuquis, pero la población fue disminuyendo debido a la desnutrición, la tuberculosis y la micosis pulmonar.

El cacique José Isategua indicó que hace unos 12 años eran 500 y que ahora son sólo 250. Sin embargo, el asambleísta Abel Iaira, que representa a esta población, indica que son más de 380 originarios.

Elsa vive como los otros miembros de su pueblo en Bía Recuaté, en el municipio de Chimoré, donde el Gobierno nacional los ubicó en una superficie de 115 hectáreas. Desde entones, la población, que era nómada y se dedicaba a la caza y a la pesca para sobrevivir, tuvo que volverse sedentaria. Poco a poco fueron perdiendo estas habilidades porque cada vez hay menos animales para cazar y la pesca no es tan buena como antes.

Una comisión de autoridades de la Gobernación y la Asamblea departamental ingresó hace una semana para verificar las condiciones en las que habita este pueblo.

Al ver llegar a los visitantes, Elsa les ofreció carne de chancho de monte que su hijo Marcelo cazó con una escopeta antigua. Minutos antes había hecho cocer el alimento en una parrilla improvisada con las ramas verdes de un árbol

En el lugar se instaló una pequeña carpa para protegerse de la lluvia. Debajo se puede observar dos colchones cubiertos con mosquiteros para evitar picaduras. Los insectos proliferan en esta época del año.

Anteriormente, los yuquis cazaban con flechas que ellos mismos fabricaban, pero sus costumbres han cambiado desde que los originarios dejaron de vivir aislados y fueron contactados por misiones religiosas protestantes y católicas, en década de los 70.

Marcelo relató que tuvo suerte en la caza, porque esos animales ya no aparecen con frecuencia.

El representante de los originarios, José Isategua, afirmó anteriormente que los colonos invaden con frecuencia su territorio para sembrar coca. “Eso es lo que no queremos. Sus avances ahuyentan a los animales, además pescan en nuestro territorio, no piden permiso a nuestros caciques”, manifestó.

La población olvida poco a poco las viejas costumbres para aprender otras, como la agricultura. Hace cuatro años, sólo algunos sembraban, pero ahora casi todos los originarios cultivan yuca, arroz, maíz y plátano. “Pero no están acostumbrados a sembrar en gran cantidad o para vender; ellos intercambian sus cosechas”, indicó Iaira.

Lo que diferencia a los yuquis de otros pueblos originarios es que nunca fueron agricultores y nunca construyeron una vivienda para ser habitada de manera permanente, resalta el investigador Roy Querejazu Lewis, en su libro titulado “Los yuquis”.

“Hay tierra, lo que nos falta es semilla”, dijo Lorena Conatiri, una mujer yuqui de 28 años de edad que es madre de tres hijos. El menor de ellos tiene sólo dos meses y lo carga en un aguayo que le regaló su tía. Pero esta mujer indígena también cría a sus cuatro hermanitos menores porque su madre murió hace dos años, con sólo 48 años de edad, debido a la tuberculosis.

Su marido, un camba que conoció mientras trabajaba en la cocina de una empresa ubicada en Chimoré, no le apoyó con el tratamiento, relata Lorena.

Ella se siente discriminada porque los colonos o “pluris”, como ellos llaman a la migrantes de la zona andina del país los tachan de “flojos”. “Dicen que no sabemos trabajar, ven que somos originarios y no nos quieren dar trabajo. Antes trabajaba de mesera en una pensión pero ahora no puedo trabajar”, dijo.

A diferencia del padre de sus hermanos, su esposo aceptó mantener a toda su familia. “A veces no tengo dinero, pero siempre hay algo que llevarnos a la boca. Mi esposo no me ha abandonado, no me ha dicho que bote a mis hermanos, me dice que salga adelante con mis hermanitos. Cuando la gente nos ve andar a todos juntos, hablan de todo, pero ellos no saben”, manifestó.

Como los hermanos de Lorena, en Bía Recuaté hay 13 niños huérfanos de entre seis y 13 años que están a cargo de la comunidad, que ha contratado una trabajadora social que se encarga de ellos.

Ella mide un poco más de 1,50 metros y, como todos los de su pueblo, le faltan dientes, tiene los ojos rojos, porque se recupera de una conjuntivitis que ha afectado a toda la comunidad debido a las condiciones climáticas.

Las inundaciones en Bía Recuaté ocasionaron que alrededor de 14 familias yuquis abandonen sus tierras y migren a la ciudad para pedir ayuda. Algunos tienen un cuarto alquilado en el pueblo de Chimoré, pero volverán en febrero cuando inicien las clases.

Un indígena cocina su alimento en una parrilla improvisada con ramas verdes.



PIDEN AYUDA

Lluvias traen enfermedades y mosquitos

La época de lluvias es crítica en la comunidad de los yuquis debido a que el suelo permanece constantemente mojado y el lodo se pudre, a eso se suma que los mosquitos proliferan en el lugar.

Debido a esa situación, la población originaria sale del lugar al pueblo de Chimoré a trabajar o pedir limosna.

En época de clases, ellos retornan a su comunidad con sus hijos, porque la situación mejora.

La primera semana de enero, 16 familias yuquis llegaron a la ciudad de Cochabamba pidiendo víveres. Ellos fueron acompañados por su cacique, José Isategua, quien aseguró que el agua los inundó el pasado 25 de diciembre. Permanecieron en la plaza 14 de Septiembre reuniendo víveres y prendas de vestir para las familias afectadas.

 

 

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Una indígena yuqui cuida de su bebé que está acostado en el suelo.

Hay encarar (el problema) desde ellos mismos, desde su realidad, si lo vemos de nuestra perspectiva siempre vamos a chocar. Su estilo de vida es muy diferentes a los collas.

No pensar que nosotros tenemos que resolver sus problemas. Que se vea desde su perspectiva y no desde nuestra perspectiva, para terminar diciendo ellos son flojos cuando en realidad no es cuestión de flojera, sino de estilo de vida, ellos saben cuándo tienen que moverse y cuándo no. El problema es muy complejo, hay que darse la tarea de enfrentarlo en coordinación directa con ellos mismos.

Los collas pudieron adaptarse porque no había grandes diferencias. Creo que los factores como reunirlos en un solo territorio, cuando ellos estaban acostumbrados a moverse de un lado a otro. Cuando su territorio disminuye, se constituye en un choque con su forma de vida. Se han acostumbrado a que deben proveerlos de todo y ellos no harán grandes esfuerzo como lo hacían antes para sobrevivir.

La población disminuye con el pasar del tiempo

En la década de los 60, existían unos 2.000 yuquis, pero la población fue disminuyendo debido a la desnutrición, tuberculosis y micosis pulmonar. Actualmente, las autoridades calculan una población de 380 originarios.

El paso de nómadas a sedentarios

El pueblo originario tiene 115 hectáreas en el municipio de Chimoré. Antes, la población era nómada y se dedicaba a la caza y la pesca para sobrevivir, tuvo que volverse sedentaria y poco a poco fue perdiendo estas habilidades.

Solían tener esclavos para servirlos

Los yuquis tenían esclavos que en su mayoría eran niños y mujeres que quedaban después de enfrentamientos con otros grupos originarios o colonos andinos.

 

mg


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