Vaca: “Cuando mi cuerpo no pudo más, fue mi renacer”
El guitarrista cruceño Piraí Vaca, quien acaba de lanzar el videoclip “Ángel de la lluvia” y recientemente estuvo de gira en 12 ciudades de cinco países de Europa. confiesa también descubrió que la mayor creatividad nace de la calma, del no hacer.
El DVD titulado Ángel de la lluvia, una compilación de 11 piezas, cuya composición es de Cergio Prudencio y es música original de la película El día que murió el silencio, ya puede ser descargada de una plataforma de pago.
El artista boliviano estuvo de gira por Alemania, Holanda, Bélgica, Suecia y Luxemburgo, y viajó durante 19 días por carretera para dar los 12 conciertos programados en su apretado itinerario.
En esta entrevista, nos habla de la pandemia y cómo marcó su vida y su música, de su nueva producción y de sus rituales para superar una secuela que le dejó una lesión en su mano derecha.
—“Ángel de la lluvia”, bellísima melodía. ¿Hizo los arreglos para guitarra? ¿Qué le inspira? ¿Qué le hizo tomar la decisión de grabarla?
—El “Ángel de la lluvia” no es arreglo mío. No es como las otras piezas que he estado publicando que yo arreglo para guitarra sola. En este caso es una composición original de Cergio Prudencio, que escribió la música para la película El día que murió el silencio. Él me dio la obra para que yo la grabara para la película y representa al personaje del escritor. Me mantuve por varios años tocándola porque es una pieza hermosa y muy evocativa, y a la cual el público en vivo responde muy bien. Es una pieza que cuando se la oye, entramos en una calma que nos hace ver un mundo que nos está vedado. Vivimos en una constante agitación que se ha vuelto normal en nuestras vidas, y lo peor es que no nos damos cuenta. Y eso nos permite ver otras facetas del ser humano ni experimentar la calma, la tranquilidad, el sosiego, el compañerismo, la solidaridad, que muchas veces son emociones que necesitan un espacio para crecer. Por eso es tan importante la paz, la tranquilidad interior. Es esa paz que nos abre puertas a otras facetas del ser humano que están muy descuidadas. Esta pieza creo que logra eso.
—En diciembre del año pasado estuvo de gira, ¿qué le dejó esa experiencia de dar conciertos en pandemia?
—Fue extraordinario regresar a los escenarios y volver con esa intensidad porque estuve en 12 ciudades de cinco países. Ofrecí 12 conciertos y todo en 19 días. Fue muy intenso. Hubo un día en que estuvimos en tres países. Fue cuando viajamos a Suecia, estuvimos en Bélgica, partimos del aeropuerto de Ámsterdam, de Holanda, y llegamos a Estocolmo, Suecia, esa noche. Fuimos 5 mil kilómetros en auto, donde llevábamos las guitarras, los equipos, todo. Pero más allá de todos esos números, hay varias cosas que me llenan de una gran alegría. Hice mi trabajo, porque yo vivo de mi trabajo y amo mi trabajo. Lo segundo, después de dos años, es como una sensación de cenar sin haber comido todo el día. Lo que no es obvio es algo con lo que más me quedo. Primero, el tren de tocar todos los días, en un país distinto, en una ciudad distinta, fue algo brutal. Tenía tiempo para estudiar una o dos horas máximo. Después, hay que tomar el camino hacia la siguiente ciudad. Siempre teníamos planeado llegar a esa ciudad a las 4 a 5 de la tarde, por si había algún inconveniente en la carretera, hacer la prueba de sonido, comer alguna minucia. Porque no se puede comer antes de un concierto. Si comes mucho, estás pesado; si comes muy poco, tocas muy rápido. Entonces, la comida venía después del concierto con el hambre acumulada. Después era dormir para repetir lo mismo al día siguiente.
El tren de tocar todos los días lo mismo, es algo fantástico. Yo he tenido una lesión en mi mano derecha y difiero de lo que toco en mi estudio al escenario. Es una particularidad mía, que es una bendición y una maldición a la vez.
—¿Por qué? ¿Qué le pasa?
—Algo se transforma en mí cuando estoy tocando en vivo y eso nos lleva a todos a otro espacio, a otra dimensión. Y lo malo de eso es que lo que planifico y estudio en mi lugar de trabajo, cuando estoy frente al público cambia mucho.
Cuando estoy en concierto es un gran espacio de incertidumbre, que es bueno y malo a la vez. Bueno, porque ahí está la magia. Malo, porque la técnica de mis manos cambia muchísimo. La única manera de tocar bien en un concierto es dar muchos. Por eso, lo que hago siempre es dar preconciertos. Toco tres conciertos para amigos y me filmo, me grabo para ver la reacción de mis manos. Y cuando ya me toca el cuarto concierto, ya sé cómo tengo que manejar esas tensiones.
—A propósito de la pandemia, ¿cómo le ha cambiado la vida, como persona y como artista?
—La pandemia me otorgó un conocimiento más profundo de mis fuerzas internas y automáticamente un control de esas fuerzas internas que puedo usar en bien de la música cuando estoy tocando. Es como si fuera más consciente de aquello que nace en mí hacia el público y es como si pudiera ver la fuerza de esa energía. Es una intensidad de comunicarme que heredé de Lorgio Vaca, que dejó de pintar murales en espacios privados para pintar en las calles y pueda llegar a todos.
La pandemia me hizo dar cuenta de que me estaba ocupando de lo urgente y no de lo importante. Tenía muchos sueños que estaban quedando a un lado porque sólo me estaba dedicando a tocar y tocar. Eso tampoco era bueno para mi salud emocional. Me ocupé un poco más de Piraí.
Reconozco que he sido muy duro, muy rígido conmigo mismo, y eso a la larga te trae consecuencias físicas y emocionales. De hecho, la lesión de mi mano derecha es una consecuencia física de ese exceso de rigidez e intensidad. Las vacaciones no existían para mí. Ahora comprendo que la verdadera creatividad está en la calma, en el no hacer. Cuando me dio Covid y tuvieron que llevarme a la clínica, fue un reseteo total. El décimo día tuve una iluminación porque acepté que no podía hacer nada y tenía que estar tirado en una cama. Y no me preocupé por nada. Tuve una tranquilidad inusitada. El momento en el que mi cuerpo no pudo más, ahí fue un renacer para mí.
“ALEMANIA ES MI SEGUNDA CASA”
Piraí Vaca señaló que regresar a Alemania siempre es una alegría.
“Es mi segunda casa y donde vive mi gran amor, mi hija Casiopea. Siento una serie de sensaciones encontradas. Es un lugar donde fui muy feliz, donde reside mi hija, pero también donde sentí mucho dolor por la separación con la mamá de mi hija”.
“Mis raíces ahora están en Santa Cruz y cuando crezca mi pequeño hijo Altazor, de tres años, que tuvimos con Jacqueline Labardenz, mi esposa desde hace 12 años, viajaremos nuevamente. La última vez fuimos hasta la India y fue maravilloso”, añadió el guitarrista boliviano.
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