El terrible 2022 que le espera a Mark Zuckerberg: del metaverso al riesgo (muy real) de perder Instagram y Whatsapp
El Senado de Estados Unidos, sus máximas autoridades mercantiles, y el abogado que casi noquea a Bill Gates en los 90 coinciden: hay que poner fin al dominio que Zuckerberg tiene sobre 3.600 millones de personas.
El día 28 de octubre de 2021, Mark Zuckerberg sacudió Facebook, el paraguas donde conviven la red social homónima, WhatsApp, Instagram y otras iniciativas, hasta que no quedó ni el nombre. Asediado en varios frentes, con el nombre de Facebook contaminado por su pasividad frente a los discursos de odio y desinformación durante años, con una exejecutiva (Frances Haugen) destapando los trapos sucios de la compañía frente a políticos y medios, Zuckerberg decidió cambiarle el nombre a su empresa e invitar a los cerca de 3.600 millones que cada mes utilizan alguno de sus servicios, a mirar a través del espejo de la realidad virtual.
En Connect, un evento mundial para sacar pecho y presentar novedades al estilo de las grandes presentaciones que Steve Jobs manejaba como nadie, Zuckerberg nos dijo que Facebook se llamaba ahora Meta, y que su misión era vendernos un mundo de fantasía que usar de fondo de nuestras vidas; o una Matrix tardocapitalista que encarnaba las distopías del género cyberpunk hasta en el nombre –el metaverso de Neal Stephenson–, según se mire. Las bolsas respondieron frenando una caída que, desde septiembre, se había llevado por delante el 20% del valor de la acción, tensada ya por tanto escándalo. Zuckerberg pudo respirar tranquilo durante… seis días.
El día 4 de noviembre, Zuckerberg descubría que el marketing no podía frenar la maquinaria judicial, ni a las sedes del poder político estadounidense, sedientas de sangre tecnológica. Ese día, nos enterábamos de que los supervivientes de una pequeña startup de fotografía, Phhhoto, habían conseguido que se abriese un caso de antimonopolio contra Meta. Por tácticas que cualquiera que haya seguido la carrera de Facebook –o usado sus productos– conoce bien: aplastar a la competencia borrándola de sus plataformas y lanzando servicios muy muy similares. Phhhoto, destrozada por un combo de una supuesta oferta de compra que nunca llegó mientras Instagram adaptaba todas sus virtudes de forma interna, fue menos afortunada que Snapchat, la un día triunfadora empresa de Evan Spiegel, el marido de Miranda Kerr, cuya función básica se vio replicada en Instagram con el nombre de Stories y en WhatsApp como Estados.
Pero, aunque Phhhoto quebrase ante el empuje de Zuckerberg, sus fundadores (Russell Armand, Champ Bennett y Omar Elsayed) consiguieron que los representase la peor pesadilla de cualquier habitante de Silicon Valley: Gary Reback, un abogado considerado el campeón del antimonopolio por sus pares. El tipo que casi destroza Microsoft en los 90, cuando Bill Gates hacía negocios “como Godzilla”, según uno de los CEO de la época, y trataba de recuperar el terreno perdido en Internet por la fuerza. En general, en casi cualquier caso antimonopolio importante de los últimos 30 años –por tamaño o consecuencias–, Reback siempre ha estado ahí. Consiguiendo victorias para el consumidor frente a la presión de las grandes tecnológicas,
En los 90, las acciones de Reback fueron las únicas capaces de frenar un poco la dominancia de Microsoft, que adquiría empresas como una apisonadora y poco menos que obligaba a que cualquier PC del mundo –cuando no había móviles e Internet gateaba– tuviese que llevar Windows por la fuerza. En 1995 frustró la compra de Intuit, que habría dado a Gates el monopolio casi total del incipiente comercio electrónico; también obligó a que se revisasen las licencias con las que operaba la compañía en el mercado de los ordenadores. Y en 1998, consiguió que se abriese el peor trago que haya pasado nunca Gates (en lo empresarial): el juicio antimonopolio en el que demostró que Microsoft no actuaba a favor de los consumidores, sino a favor de hundir a cualquiera que amenazase su marca. El juicio donde se destaparon correos donde los cachorros de Gates recibían órdenes como “aplastadlos” o “asfixiadles” contra la pequeña Netscape y su navegador web.
Así que cuando el mayor enemigo de Bill Gates aparece en los medios con un juicio antimonopolio contra Facebook/Meta, llamando a Zuckerberg “el director ejecutivo monopolista” y diciendo que “desde Bill Gates no se había visto nada igual”, hay razones para temblar en Menlo Park. Y en cómo Instagram se ha usado como un rodillo contra la competencia.
De momento, Reback y Zuckerberg aún no se han visto las caras. Pero el juicio ha añadido leña a un fuego alimentado por: a) las comisiones legislativas que investigan las acusaciones de toxicidad en Instagram y Facebook de la confidente Haugen; b) la propia investigación antimonopolio de la máxima autoridad mercantil de Estados Unidos la Federal Trade Comission (FTC), preocupada por la dominancia social que tiene una empresa que recopila nuestros datos a través de Facebook, Instagram y Whatsapp.
La sinergia de los tres casos junto con los papeles que Haugen ha ido revelando se ha convertido en la tormenta perfecta del desaparecido Zuckerberg, cuya presencia pública se ha desintegrado desde la presentación de Meta. Entre noviembre y diciembre, uno de sus lugartenientes, Adam Mosseri, el actual responsable de Instagram, salió escaldado de la comisión del Senado que investiga a la red de fotos.
El CEO de Instagram llegó con el manual bien aprendido, señalando a lo largo de varias sesiones que su servicio podía ser beneficioso para los jóvenes –los papeles que Haugen copió antes de irse de la compañía muestran que en Facebook sabían que sus herramientas podían ser perjudiciales para la salud mental de los adolescentes– y haciendo un llamamiento público a la autorregulación de la industria.
El día 8 de diciembre, los senadores dijeron basta. Richard Blumenthal, demócrata y jefe de la comisión, dijo que “el tiempo de la autorregulación se ha terminado”. Su compañera republicana, aireó su “frustración” con la empresa: “esta es la cuarta vez en los últimos dos años que hemos hablado con alguien de Meta, y tengo la sensación de que la conversación se repite hasta la náusea”. “No veo que nada cambie, nunca”, estalló.
Y este martes, día 11 de enero, sucedió la peor noticia posible para Zuckerberg: un juez federal, James Boasberg, dio la razón a la FTC y allanó el camino para un juicio antimonopolio que tiene el potencial de obligar a Zuckerber a deshacerse de Instagram y Whatsapp.
Peor aún, admitió uno de los grandes problemas en la era de Internet a la hora de juzgar monopolios: que un producto sea gratuito para el usuario final –Facebook, Whatsapp e Instagram lo son–, no significa que todo lo que hagan en el mercado beneficie al consumidor.
El auto del juez Boasberg consideraba al fin probado que Meta ejerce un claro dominio en el sector de las redes sociales –en junio había fallado a favor de Facebook por esa primera falta de pruebas–, y que las alegaciones de la FTC tienen suficiente fundamento para dirimir el futuro de Meta en los tribunales. Un futuro en el que un puñado de aplicaciones gratis podrían salirle muy caras a Zuckerberg, que no levanta cabeza desde que en 2018 tuviese que comparecer frente al Senado. Un escenario demasiado real para el hombre que quiere llevarnos a un mundo virtual donde solo él tenga las llaves.
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